Por Mario Sosa
Guatemala está dividida. Cierto. Siempre lo ha
estado, y esa división tiene múltiples y complejas expresiones, desde las
ideológicas, que se manifiestan en visiones del mundo y de vida distintas,
hasta aquellos enfrentamientos que han devenido en crímenes de lesa humanidad,
como el genocidio planificado y ejecutado desde el Estado.
Esta división es el resultado del proyecto y de los
intereses de quienes han tenido el poder para diseñar, controlar e imponer un
tipo de Estado y, por consiguiente, configurar un conjunto de relaciones
sociales de explotación, exclusión, marginación y racismo, así como
patriarcales, que configuran la sociedad guatemalteca.
Uno de los principales factores que explican la
división de la sociedad guatemalteca hoy en día es la disputa que mantienen
quienes controlan la economía y pretenden imponer un modelo económico basado en
la sobreexplotación laboral y en el expolio de la naturaleza frente a un
conjunto de pueblos, comunidades, organizaciones y movimientos sociales que lo
adversan y resisten.
En este sentido, en las últimas semanas ha sido
relevante la pretensión del sector empresarial de suprimir los obstáculos
jurídicos que enfrentan proyectos mineros e hidroeléctricos, en especial
aquellos que fueron activados por la legítima acción legal de representantes de
comunidades, pueblos y organizaciones. En este objetivo se articulan las
cámaras empresariales y sus centros de pensamiento paraempresarial, como la
Fundación para el Desarrollo de Guatemala (Fundesa), el Movimiento Cívico
Nacional y la Fundación contra el Terrorismo, así como el poder gubernamental y
la mayoría de bancadas (de derecha) en el Congreso.
Para el efecto, este sector minoritario de la
sociedad emite discursos en los cuales recuperan los viejos conceptos de
certeza jurídica, libertad de empresa, garantías de inversión y competitividad,
y lanza acusaciones de socialistas y comunistas a quienes se oponen a sus
proyectos, tal como lo hacen desde 1954 contra todo aquel que se opone a sus
intereses. Ha activado una campaña mediática con campos pagados, editoriales,
columnas de opinión y programas radiales y televisivos con los cuales intenta
convencer de las oportunidades de inversión, empleo y desarrollo que el país
pierde con resoluciones judiciales y acciones políticas de resistencia contra
este tipo de proyectos. Asimismo, desarrollan acciones judiciales para revertir
algunas de las resoluciones judiciales que les afectan, de modo que los
organismos judiciales resuelvan a su favor y se armen casos de persecución
contra las dirigencias de tales resistencias.
Es evidente que el interés del sector empresarial,
antes que la vigencia de los derechos constitucionalmente reconocidos, es la
defensa de sus intereses particulares. Por esa razón ha sido insistente en la
exigencia de que se reglamenten las consultas comunitarias (cerca de 90 hasta
ahora), en las cuales pueblos indígenas y mestizos han decidido su oposición a
los proyectos extractivos por los impactos ambientales, económicos y sociales
que han experimentado y que han sido ampliamente documentados. En este sentido,
se pretende invalidar las consultas realizadas por comunidades y pueblos,
derecho ejercido y fundamentado en el Convenio 169 de la Organización
Internacional del Trabajo (de carácter constitucional), en el Código Municipal
y en la Ley del Sistema de Consejos de Desarrollo Urbano y Rural. La búsqueda
es, asimismo, normar las consultas de tal manera que se logre
(complementariamente) limitar el derecho de los pueblos indígenas a la consulta
previa, libre e informada, así como lograr su consentimiento a los proyectos
mencionados o, en su defecto, que la oposición a dichos proyectos no los
impida.
Es indudable que la división en la sociedad
guatemalteca se agudiza, lo cual se debe a la falta de legitimidad de tales
proyectos, que son cuestionados por su carácter impuesto, por los impactos que
provocan en los territorios, por significar una apropiación en pocas manos de
riquezas que son concebidas como bienes comunes por las diversas resistencias y
por la insignificancia en lo que a ingresos fiscales se refiere. Asimismo, por
la violencia con la cual han sido implantados, en especial contra líderes
defensores de derechos que han sido encarcelados, amenazados e incluso
asesinados, casos por los cuales organismos internacionales como la
Organización Internacional del Trabajo, la Corte Interamericana de Derechos
Humanos y la Organización de las Naciones Unidas han mostrado su preocupación y
están activando procedimientos de verificación.
En este contexto surgen varias preguntas cuyas
respuestas las encontraremos en discursos y políticas concretas del sector
empresarial, que tiene su principal expresión política en el Comité Coordinador
de Asociaciones Agrícolas, Comerciales, Industriales y
Financieras (Cacif). ¿Continuará imponiendo sus proyectos e intereses
minoritarios a costa de los intereses de las grandes mayorías que los adversan
y no se benefician directa o indirectamente de ellos? ¿Trascenderá su visión
estrecha para repensar el modelo económico? ¿Escuchará las voces y los
intereses de los sujetos de las resistencias, quienes, en ejercicio de sus
derechos y con legitimidad, se oponen al extractivismo? ¿Reconocerá que estos
sujetos en resistencia (pueblos indígenas, comunidades rurales y campesinas,
clase trabajadora) son coincidentemente los grandes perdedores de este proyecto
de Estado y de esta sociedad construida desde el poder que representa como
sector empresarial organizado? ¿Reconocerá que tienen preeminencia los derechos
e intereses mayoritarios antes que sus intereses sectoriales?
Si revisamos la historia, respuestas positivas a
estas preguntas son casi imposibles. Lo previsible es que la imposición de
dicho modelo económico, de estos intereses minoritarios y de un Estado a su
servicio provocará que se agudicen las contradicciones, que son expresión de la
división histórica y renovada de la sociedad guatemalteca.
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