Recientemente, el Banco de Guatemala informó que las remesas familiares representan el 11% del Producto Interno Bruto. En cifras brutas, en el 2012 estas crecieron 9.2% con respecto al 2011, alcanzando la cifra de US$ 4 mil 782.7 millones.
En otro sentido, las exportaciones del país se situaron, al mes de octubre de 2012, en US$ 8 mil 462.1 millones, con un decrecimiento de 2.1 por ciento. Comparativamente, las remesas representan el equivalente al 57% de los ingresos por exportaciones y superan a los principales productos de exportación, como el café, azúcar, banano y piedras preciosas. Sin embargo, tienen una diferencia sustancial. Los ingresos por exportaciones se orientan a recuperar costos y una parte puede considerarse ganancia o plusvalía. Pero en el caso de las remesas, estas se distribuyen de forma más horizontal por procedencia y estratos sociales de destino, y no se disgregan en inversiones y ganancias; es decir, casi la totalidad estaría exenta de esa diferenciación, exceptuando aquella parte que es utilizada para pagar las deudas del emigrante adquiridas en su travesía migratoria y aquella que es objeto de apropiación por las empresas bancarias en la prestación de los caros servicios financieros por la transacción y el cambio de moneda.
En otras palabras, lo anterior muestra el peso fundamental que tiene dicho ingreso en la economía nacional, para la estabilidad macroeconómica (por el ingreso de divisas, la estabilidad cambiaria, el estímulo de las importaciones, etc.) y, especialmente, para la subsistencia de las familias ubicadas en las capas medias y en los segmentos populares.
Las remesas son fruto del trabajo digno de miles de guatemaltecos y guatemaltecas procedentes principalmente de las clases populares y sectores medios, de áreas rurales y urbanas, de población maya y mestiza, que han tenido que migrar producto de un modelo económico expoliador y excluyente. Son, además, envíos principalmente monetarios logrados después de una riesgosa travesía y de padecer condiciones laborales y sociales de sobre explotación, discriminación y racismo en los lugares donde han podido obtener un empleo generalmente temporal y hasta en la informalidad, acosados por la política de persecución criminalizadora y violatoria de Derechos Humanos y por las mafias más criminales.
Es indudable la contribución de los migrantes guatemaltecos en otros países, porque de ahí miles de familias logran llevar el pan a la mesa, acceder a un mayor nivel educativo, a un poco de recreación, a una vivienda digna, a capital para inversión en comercio y producción de pequeña escala, etc. Con ello resultan en un factor de primer orden en la generación directa e indirecta de empleo, en la activación del raquítico mercado interno.
Sin las remesas y los migrantes, el país estaría en la banca rota en materia económica, mostrando la incapacidad de las elites económicas y políticas que han conducido el Estado para crear condiciones de desarrollo endógenas. Un modelo del cual dichas elites sí se han beneficiado.
Todo ello permite y requiere reconocer el heroísmo de esos guatemaltecos -como el de miles de latinoamericanos- que arriesgando su propia vida, son un pilar fundamental para evitar o extraer de la pobreza a miles de guatemaltecos, y para que el país no languidezca en la miseria, ya de por sí indignante.
Son además un pilar de la economía de sobre explotación en Estados Unidos, que requiere de su fuerza de trabajo en aquellas actividades que sus propios ciudadanos rechazan por esa rezón principalmente. Un pilar de la economía de un Estado cuyos partidos hegemónicos, el demócrata y el republicano, hoy se encuentran en pista de circo aparentando un acuerdo para aprobar una reforma migratoria. Reforma migratoria que dependerá, en última instancia, de la lucha que los propios migrantes puedan impulsar.