Por Mario Sosa
Hubo una vez un 13 de Noviembre en la
historia de Guatemala. Una fecha memorable en donde la ética y las ideas
democráticas, patrióticas y revolucionarias, germinaron en algunos militares
guatemaltecos, quienes la llevaron hasta sus últimas consecuencias.
Corrían los días de la Contrarrevolución
devenida de la invasión estadounidense ejecutada por militares traidores, por
la oligarquía y por la máxima jerarquía de la iglesia católica, que implicó el
derrocamiento del gobierno popular y democrático del también militar Jacobo
Árbenz Guzmán: el Soldado del Pueblo. Eran tiempos en que se cuestionaba el
papel del ejército como una institución sumisa y subordinada a las directrices
de Estados Unidos, en la cual corría por sangre la corrupción y por norma, no
la defensa de la soberanía nacional, sino la aplicación de una política
anticomunista que aniquilaba a los hombres y mujeres más comprometidas con las
causas de nuestro pueblo.
Fueron militares los que se levantaron ese
13 de Noviembre de 1960. Exigían no solamente un ejército depurado y
profesional, sino un ejército patriótico. Su opusieron a jugar el papel de ejército
de ocupación, que permitía el uso del territorio nacional en la preparación de
la invasión a Cuba, planificada y dirigida por Estados Unidos y ejecutada
infructuosamente por mercenarios al servicio del imperio y del régimen servil
de Fulgencio Batista, derrocado en 1959. Se oponían a esa política
encabezada por el general Miguel Ydígoras Fuentes, en ese entonces uno de los
presidentes de la contrarrevolución, con la complicidad del oligarca
Roberto Alejos Arzú, quien había facilitado su finca, La Helvetia, para
preparar a los mercenarios batistianos.
De ese 13 de Noviembre, surgieron hombres
heroicos como Marco Antonio Yon Sosa y Luis Augusto Turcios Lima, que
continuaron con la lucha revolucionaria y anti imperialista. En decidida
alianza con organizaciones como el Partido Guatemalteco del Trabajo, gestan las
Fuerzas Armadas Revolucionarias y reinician en 1963 la lucha armada para derrocar al
régimen oligárquico y de sumisión al imperialismo estadounidense. Ahora era una
lucha que concretaba una alianza cívica y militar, con militares probos, éticos
y revolucionarios, comprometidos con su patria, y con revolucionarios civiles
comprometidos con la construcción de una patria libre y justa. Ahora era una
lucha emanada, cada vez más, de la movilización de los sectores organizados más
importantes, gestados desde los intereses de la clase trabajadora, de las
comunidades indígenas y campesinas, de los sectores estudiantiles,
profesionales, de mujeres, que encontraron en su articulación revolucionaria la
posibilidad de construir un nuevo país.