Mario
Sosa
La crisis del gobierno de Jimmy Morales era
previsible, ya que es resultado de una elección amañada y una salida a la
crisis de 2015 que no resolvió las causas fundamentales que la generaron.
También era previsible por el círculo de poder del presidente, integrado por
grupos vinculados con violaciones de derechos humanos y hechos ilícitos, así
como por las incapacidades y ejecuciones erróneas de aquel.
No es extraño, pues, que el detonante de
esta crisis sea el muy probable involucramiento delictivo del presidente en el
financiamiento ilícito de su campaña cuando era secretario general del partido
FCN-Nación. Este hecho tiene como antecedente las inconsistencias contables en
2014 y 2015, que provocaron la sanción del Tribunal Supremo Electoral a dicho
partido en 2016. A esto se suman los intentos fallidos del Ejecutivo de lograr
la sustitución del comisionado de la Cicig y su posterior expulsión del país
luego de declararlo no grato. Esto hizo que el Gobierno quedara aún más en
entredicho, principalmente porque el presidente es parte investigada en un
contexto en el cual la Cicig y el MP cuentan con opinión pública favorable
gracias a sus resultados.
Lo anterior constituyó un factor grave que
ahondó el proceso de desgaste y de pérdida de legitimidad del gobierno de
Morales, sobre el cual pesan ahora señalamientos por su acción oficiosa a favor
de sectores oscuros que intentan mantenerse impunes. No obstante el revés al
antejuicio vivido el 11 de septiembre, el riesgo de su relevo continúa. En este
marco, es posible una sustitución presidencial al estilo de 2015, de la cual no
está exento tampoco el vicepresidente Jafeth Cabrera, dados los indicios de que
también él pudo haber aceptado financiamiento ilícito.
Quienes controlan los hilos de poder
podrían proceder —ciertamente presionados— de la manera como lo hicieron con
Pérez Molina y Baldetti, es decir, operando las instituciones para sacrificar
figuras políticas prescindibles. De hecho, cuentan con los recursos y las
capacidades de poder para decidirlo. Esto podría suceder, dado que las
posibilidades de maniobra del gobernante pueden debilitarse fácilmente. Los
apoyos públicos y tras bambalinas, incluso el de más de algún grupo corporativo
empresarial, parecieran ser insuficientes para evitar un desenlace desfavorable
para el gobierno. Además, crece la movilización ciudadana y la opinión de que
el presidente sea investigado y procesado, posición que aparentemente es la
misma de la Embajada de Estados Unidos. Por su parte, el Cacif, pese a que ha
manifestado su acuerdo con la Cicig, presenta un ejercicio de poder dudoso y
más pareciera apoyar a Morales por las implicaciones que el caso podría tener
para varios empresarios grandes.
Ya que el Congreso improbó el antejuicio
contra el presidente —a pesar de las evidencias irrefutables—, la crisis se
amplía y profundiza. Con el desgaste que pesa sobre este organismo, es
susceptible de convertirse en un objetivo de depuración por la ciudadanía y por
poderes como la Embajada de Estados Unidos. Si la presión interna y externa se
incrementa y se suman otros casos de relevancia investigados por la Cicig, como
Odebrecht, la demanda de relevo presidencial y la depuración del Congreso
podrían imponerse como una salida en un momento determinado.
Así las cosas, estamos ante un gobierno que
presenta una fuerte ilegitimidad por desconfianza, descontento y desaprobación;
que tiene dificultades para lograr resultados; que enfrenta renuncias en su
equipo de gobierno que podrían ser iniciales; que experimenta el retiro del
apoyo de actores de primer orden en los ámbitos nacional e internacional, y que
motiva el surgimiento de nuevas voces pidiendo su renuncia, como Articulación
por la Vida, contra la Corrupción y contra la Impunidad. Como resultado,
estamos ante una crisis de gobierno. Pero no estamos ante una crisis
de Estado, y menos ante una crisis del régimen. El modelo de acumulación
dominante como razón de Estado tampoco está en riesgo.
En este contexto, una salida a la crisis
podría resultar poco favorable a la articulación del Gobierno y al presidente
Morales, pero manejable por quienes tienen el poder real en Guatemala y
factible para estos. De hecho, la salida podría representar a) que se
concrete un pacto entre élites de poder, se resuelva la crisis y todo
siga igual, o b) que se profundice la depuración institucional, con las
investigaciones de la Cicig en marcha y la presión ciudadana en aumento.
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