Por Mario Sosa
Millones de guatemaltecas y guatemaltecos anhelamos
una patria justa, segura, digna, soberana, etcétera, donde podamos vivir bien,
a plenitud, con libertad, en armonía entre hermanos y con la madre tierra.
Estos deseos, no obstante, se enfrentan a un primer
problema: situar nuestra esperanza en una fuerza divina, en un ser
sobrenatural. Una patria así, como nos muestra la historia, no devendrá de
alguna provisión divina. Solo será posible si recuperamos la confianza en el
ser humano organizado y en la capacidad de este para construirlo. Más allá de
la fe que se profese, construir patria depende, en primera instancia, de
nuestra responsabilidad individual y colectiva para hacerlo posible. Es decir,
de la justeza y de la coherencia práctica de nuestra fe, de nuestros ideales y
principios.
Para lograr esa patria anhelada, además, hace falta
un proyecto político alternativo. Pero ¿dónde situar lo alternativo? La mayoría
lo sigue vinculando con el capitalismo. Es decir, con ese sistema que
históricamente ha determinado que nuestro país sea atrasado, dependiente,
expoliado, explotado, con pobreza creciente. Un sistema que nos lleva al
exterminio de la madre tierra y, con ella, de nuestra especie. Con el capitalismo
como marco interpretativo y de acción están estrechamente vinculados términos
como empresarialidad, emprendimiento, competitividad, libre empresa,
privatización, concesión, privilegios fiscales y corrupción, que hacen que esa
ideología demuestre su éxito para garantizar alternativas de enriquecimiento y bienestar a
muy pocos, a la vez que demuestra su absoluto fracaso para garantizar el buen
vivir a las grandes mayorías no solo en Guatemala, sino en el mundo entero. Una
ideología que seguirá encegueciendo nuestra búsqueda y que, en un contexto de
propiedad privada, crédito, acceso a mercados, control político, seguridad,
etcétera, monopolizados de forma compartida por el capital transnacional y
local oligárquico, seguirá privándonos de los derechos más elementales a todos.
Sin duda, un reto está en repensar el proyecto
político para Guatemala más allá de la clase dominante, del capital. En este
sentido, una primera orientación está en buscarlo en el poscapitalismo. En todo
caso, se trata de crear y construir un régimen económico, político y social que
nos garantice un camino y un conjunto de condiciones de bienestar para la
sociedad y la naturaleza. Es decir, habrá que pensar en un modelo económico y
en un Estado que sean definidos y creados a partir de nuevos derroteros en
todos los ámbitos de las relaciones humanas y con la madre tierra.
Necesariamente, el camino y los medios deberán ser alternativos a los
hegemónicos y dominantes, ya que estos nos mantienen como un país profundamente
injusto, desigual y afincado en el expolio y la explotación.
Ello requerirá de sujetos individuales y colectivos
capaces de crearlo, de convertirlo en un programa político y en una estrategia
coherente, con la claridad y la capacidad teórica, ideológica y organizativa
para disputarles el poder a quienes históricamente lo han detentado y han
demostrado su incapacidad y carencia de voluntad para lograrlo, pues en ellos
domina el interés propio de su clase social y un paradigma de sociedad que dé
continuidad al statu quo mientras excluye a millones que se
debaten en la explotación y la miseria, en la opresión y el racismo.
Una sociedad alternativa, entonces, no es un asunto
de falsas esperanzas, de reproducción de ideologías e intereses contrarios al
interés común. Tampoco se trata de continuar entregando nuestro poder, hoy
enceguecido y desarticulado, a quienes reproducen todos los mecanismos y
dispositivos del régimen actual.
Patria, entendida como una sociedad alternativa y
de todos, será posible solo cuando asumamos la responsabilidad práctica de
organizarnos, de asumir una teoría coherente, de gestar el proyecto y la
estrategia revolucionaria que nos permitan luchar y construirla teniendo como
principio el bien común.
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