Mario Sosa
Guatemala, 12 de septiembre de 2007
Análisis previos sobre el significado del proceso electoral guatemalteco y las fuerzas políticas en contienda, nos indicaban que el proceso electoral se constituiría en un procedimiento formal para la sustitución de unas elites de poder por otras. Una sustitución en donde las opciones reales de poder -pues contaban con todas las condiciones y recursos del sistema- significaban la continuidad del régimen político y económico y, por consiguiente, del modelo económico, que ha venido transcurriendo en las últimas dos décadas por formas ampliadas e intensivas de acumulación de capital vía la explotación de recursos naturales, la apropiación del mercado local, la expoliación legal e ilegal desde el sistema financiero, la sobre explotación de la fuerza de trabajo en fincas y maquilas, etc.
El resultado electoral de la primera vuelta del 9 de septiembre así lo indica. Pasan a segunda vuelta UNE y PP, dos partidos políticos que se diferencian por el perfil de sus líderes, por sus discursos y slogans electorales, por los procesos de articulación política que encabezan y, quizás, por la diferencia de matiz en las políticas que impulsen. No obstante, ambos partidos políticos constituyen fuerzas cuyo condicionamiento por elites oligárquicas –y se dice que también penetrados por el crimen organizado-- está garantizado a través del financiamiento de sus campaña. El PP constituye el partido de mayor preferencia por las elites que abandonaron el barco a la deriva del desgobierno de la GANA, y que vieron en el partido y su lidereazgo la posibilidad de volver al poder con mayores y mejores condiciones para satisfacer sus intereses de clase. UNE es el partido que no nace con la venia de la oligarquía, pero en la medida que se convirtió en opción de poder y que pretendía financiamiento y aceptación oligárquica (“empresarial” dirían ellos), empieza a gozar de su financiamiento y, por consiguiente, de su condicionamiento político que se manifiesta, por ejemplo, en el apoyo que dieron a la aprobación del TLC después que habían declarado que votarían en contra y en el integración de Espada como candidato vicepresidencial. Ambos partidos, entonces, responden y responderán a los intereses de elites oligárquicas y, como ya se sabe, a los intereses del Estado que –con toda la vergüenza e indignación del mundo digo- realmente nos gobierna: EE.UU.
Las elecciones del 9 de noviembre significaron –y significan con mayor definición en la segunda vuelta- la postergación de solución a los graves problemas históricos y estructurales que enfrenta el país: condiciones de pobreza y pobreza extrema que llegan a la hambruna; desempleo, falta de medios de producción como la tierra, salarios de hambre y condiciones de trabajo inhumanas en el campo y la ciudad; opresión y discriminación hacia los pueblos indígenas y las mujeres; la expoliación de los recursos naturales y deterioro del hábitat; crimen organizado, inseguridad ciudadana, violencia y corrupción generalizada; dependencia y entreguismo expresado en el impuesto TLC, en la obediencia a las políticas económicas y militares estadounidenses y de organismos financieros como el FMI y el Banco Mundial, y en la entrega del territorio y sus recursos al capital transnacional, sólo para mencionar algunos de dichos problemas fundamentales.
Desde esta perspectiva, ante dos ofertas electorales que significan en esencia lo mismo, la alternativa es rechazar ambas y posicionarse con el voto nulo. Voto nulo que significa el ejercicio de un derecho legítimo que nos corresponde y que la legalidad imperante nos otorga. Voto nulo de rechazo a dos opciones que representan la continuidad histórica de un régimen injusto en esencia. Voto nulo como posicionamiento político ante las políticas que, con sus diferencias de matiz, ambas organizaciones políticas impulsaran desde el gobierno nacional y el congreso de la república que, por demás, estará dominado por fuerzas de derecha que reproducirán y, seguramente, profundizarán las condiciones para garantizar el aumento de la riqueza en pocas manos. Voto nulo que evitará: ser negociado por elites a cambio de cheques, proyectos, privilegios, etc. y a costa de los intereses siempre rezagados de las clases populares y los pueblos indígenas o de las opciones por las cuales votamos o no votamos en primera vuelta. Voto nulo, que desde una perspectiva de izquierda, significa no transar con la derecha e iniciar –esperemos que ahora sí- un proceso de recuperación de principios, programa y estrategia que nos haga retomar el rumbo perdido en el aventurerismo electoral.
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