En Antropolitica, Revista de la Asociación Guatemalteca de Antropología Política. Año 2, No. 1, febrero-mayo 2003. ISSN 1409-4983
Mario Enrique Sosa Velásquez
Nuestra perspectiva y práctica de trabajo
Nuestra disposición de vida
Introducción
El marco filosófico que se presenta a continuación, constituye un esfuerzo de formulación de aquellas ideas fundamentales para incorporar el eje de interculturalidad democrática integral en el quehacer de organizaciones e instituciones educativas y, además, para construir puentes de comunicación entre individuos, familias, comunidades, pueblos, organizaciones y sectores de la sociedad guatemalteca que poseen orígenes y características socioculturales distintas. En este sentido, este marco filosófico es el punto de partida para avanzar en la definición, por ejemplo, de políticas de interculturalidad democrática integral y, consiguientemente, en los contenidos y metodología para incorporarlo a los curricula de estudios, al trabajo en desarrollo, a procesos de fortalecimiento de articulaciones o alianzas organizativas, etc. Para demostrar su aplicación concreta se ha decidido relacionarlo con el tema de la salud y, básicamente, con la problemática de salud en la cual intervienen dos sistemas: el sistema oficial de salud y el sistema tradicional de salud, los cuales se desarrollan con encuentros y desencuentros constantes. Obviamente, la propuesta de un marco filosófico de esta naturaleza y en un contexto como el guatemalteco tiene un carácter de aproximación inicial e introductoria y deberá ser sometido al análisis rigurosos y discusión que permitan su mejor y mayor aprovechamiento.
Asumir e incorporar la propuesta de interculturalidad democrática integral en nuestros marcos conceptuales, filosóficos y políticos, a nuestras prácticas individuales y colectivas, constituye una prioridad histórica y un compromiso ineludible para quienes pretendemos aportar en la democratización de la Nación y el Estado guatemaltecos. Esto es así debido a la necesidad de incidir en lo que Helio Gallardo ha denominado sociabilidad fundamental, es decir, en todas aquellas relaciones humanas en las cuales exista algún contenido de explotación, opresión, discriminación e inequidad, y que para el caso guatemalteco son relaciones en las cuales la población maya, garífuna, xinca y ladina mayoritaria padecen estas condiciones, acentuadas además con rasgos medievales y condiciones de pobreza y pobreza extrema en las cuales ha subsistido.
Étnicamente, en Guatemala existen 24 idiomas correspondientes a 24 orígenes étnicos indígenas y no indígenas . En todos ellos existen múltiples formas de organización social, cosmovisión, idiomas y dialectos, vestido, tradiciones, costumbres, normas, historias particulares, entre otros factores, que en conjunto constituyen su etnicidad propia.
Este conjunto de elementos, que integran la etnicidad particular, se convierte en base para el establecimiento de relaciones con otros grupos o pueblos. Y es en ese proceso de relaciones en donde se va construyendo la identidad étnica, es decir, la forma en que un conglomerado social, grupo o pueblo se observa a sí mismo. Esta visión de sí mismo se fundamenta en aquellas características asumidas como propias, en sus diferencias con respecto a Otros y en aquellas características que le son asignadas por tales Otros pero que son rechazadas o aceptadas.
Lo anterior implica que un individuo o colectividad étnica utiliza consciente o inconscientemente sus características étnicas para preguntarse: ¿Quién soy yo para mí?, ¿Quiénes son los Otros para mí? y, ¿Quién soy para los Otros?. Todo esto, evidentemente, se lo pregunta en el marco de las relaciones sociales. Así, su etnicidad y la solución a las anteriores cuestiones da como resultado --sin asumirlo mecánicamente-- una identidad étnica determinada.
Tanto la etnicidad como la identidad étnica intervienen y se expresan de cierta forma en cada relación individual o colectiva y sus expresiones varían en cada contexto: local, regional y nacional. Así, por ejemplo, en cada contexto se encontrarán interpretaciones simbólicas y basadas en valores sobre la etnicidad e identidad propia y ajena, de tal manera que éstas influyen en qué, cómo, cuándo y dónde se establece una relación entre individuos o colectividades sociales.
1. NUESTROS PUNTOS DE PARTIDA
Las comunidades y pueblos de origen maya, garífuna, xinca y ladino han desarrollado una serie de características étnicas entre las cuales se incluyen saberes y experiencias acumuladas, las cuales generalmente pasan a ser parte o contenido de su identidad. Estas características, no obstante, han sido generalmente rechazadas y excluidas de casi todas las acciones orientadas a mejorar sus condiciones de vida, debido a su carácter étnico, origen rural y marginal.
Históricamente las organizaciones y pueblos de origen maya, xinca y garífuna especialmente, han sufrido de opresión, explotación, exclusión, discriminación y racismo. A pesar de esto, hoy día han levantado sus voces exigiendo su reconocimiento. De forma permanente y activa interpelan a ladinos o mestizos y criollos o blancos (incluidos por ellos como parte del "mundo" ladino), sobre las visiones, actitudes, prácticas y conocimientos que les aplican.
Son básicamente esas voces las que cuestionan y estimulan nuestra reflexión y nos hacen creer firmemente que toda persona y colectividad tiene derecho a ser diferente étnicamente y respetada integralmente en sus características socioculturales. No obstante, ese reconocimiento será superficial hasta que se logre el despojo de prejuicios y esquemas discriminatorios -–transmitidos de generación en generación--, hasta que se logre conocerles y asumirles como diferentes, en condiciones de respeto, tolerancia, diálogo, solidaridad, intercambio y, sobre todo, de equidad.
Éticamente ese reconocimiento también implica que debemos escuchar dichas voces y asumirlas en tanto son planteadas por sujetos que, al igual que todos los demás, están cargados de visiones, conocimientos, experiencias, etc., es decir, de humanidad. Ha sido precisamente esa interpelación la que nos ha permitido razonar sobre su existencia, sobre el papel que han jugado en el desarrollo nacional y cultural en lo específico, así como sobre sus potencialidades de seguir aportando.
En ese sentido, pretender hacer un trabajo en salud tomando al Ser Humano como principio ético, implica construir un puente que permita conocer y reconocer la diferencia sociocultural y sobre todo el Derecho que todo ser humano tiene de poseer y optar por una etnicidad e identidad diferente.
Asimismo, reconocer su capacidad y posibilidad para aportar desde sus características propias. Así, en el contexto guatemalteco existe un sistema tradicional de salud (concepto aplicado externamente, por distinción al sistema oficial y hegemónico de salud, que también es tradicional), es decir, un conjunto de concepciones, conocimientos, prácticas, roles y recursos relacionados con el proceso salud--enfermedad--servicio, el cual tiene expresiones distintas en cada contexto social y cultural, además de incluir elementos propios y del sistema y medicina oficial. Este sistema está presente tanto en población indígena como no indígena y más enraizado --aunque no exclusivamente-- en sectores sociales en condición de pobreza y pobreza extrema.
Como en cualquier parte del mundo, el sistema tradicional de salud es heterogéneo y profundamente vinculado a la cosmovisión, a formas de organización social, a una situación de clase social determinada. Es decir, está vinculado estrechamente a todo el bagaje sociocultural de sus portadores. Cada sistema de salud tradicional es una expresión cultural vigente, dinámica, cambiante que da repuesta a problemas físicos, mentales, sociales y espirituales.
A pesar del prejuicio que recae sobre el sistema tradicional de salud, con frecuencia calificado a priori como caduco, propio de la ignorancia y de la superstición, y de sus limitaciones debidas a las condiciones históricas de la población portadora, éste ha demostrado su vigencia y efectividad en la solución de muchos problemas de salud existentes en nuestro medio, tanto por sus beneficios fisiológicos, biomédicos como psicosociales. No obstante, ha sido excluido permanentemente, precisamente porque el enfoque y práctica médica oficial y hegemónica en Guatemala ha sido fundamentalmente monocultural y etnocéntrica. Además, ha sido asumido desde el concepto de “occidente” como el paradigma de la ciencia, del conocimiento y la cultura.
La medicina occidental es, desde luego, una tradición que ha logrado aportes importantes en el esfuerzo humano por mejorar la calidad de vida. Sin embargo, existen otras tradiciones médicas que han sido poco valoradas y excluidas por causa de opresión y discriminación, pero que requieren condiciones distintas para demostrar sus posibilidades de aporte y para potenciar su desarrollo. Por ello es necesario reconocer la constelación de saberes y prácticas sobre salud—enfermedad--servicio en el mundo y, particularmente, en Guatemala. Saberes y prácticas que son producto de procesos en los cuales la población ha conocido, experimentado y encontrado alternativas para enfrentar y vivir en un contexto ambiental, social, económico y cultural generalmente adverso.
2. CAMBIO DE PARADIGMAS
De objetos a sujetos de atención
El nuevo quehacer en salud a construir implica dejar de considerar al individuo o colectividad que recibe atención, así como a los actores locales que trabajan en salud, como simples objetos de atención o investigación. Ellos no son simple materia en la cual se deposita y aplica la ciencia. Son ante todo sujetos poseedores de pensamiento, de conocimiento, de actitudes, de construcciones culturales, de prácticas en salud, etc.
Aceptar que ese sujeto tiene lo propio es afirmar su derecho a ser respetado y reconocido integralmente. Esto implica entablar con una relación de diálogo, en la cual se comparta mutuamente (sin imponer) el conocimiento y experiencia acumulada.
En ese sentido es necesario abandonar la posición impositiva del “conocedor”, del científico, del trabajador en salud que por el hecho exclusivo de serlo se constituye en el único sabedor o dueño de la ciencia. Correspondiente con ello, abandonar la posición de que el saber del sujeto de atención es simple creencia, que sus prácticas son “costumbres” a ser desechadas por carecer del aval de procedimientos y métodos científicos que desde la ciencia occidental son aceptados como los únicos confiables y útiles.
Así, quienes desarrollan trabajo en salud, no pueden excluir las características étnicas y las posibilidades de conocimiento de las distintas comunidades humanas presentes en el contexto nacional. Antes bien, es necesario asumir la heterogeneidad de voces, cosmovisiones y racionalidades que han sido construidas, han evolucionado y permanecido en condiciones sociales determinadas a lo largo de cientos de años. Son formas y contenidos de ver y asumir la realidad desde su contexto, desde su etnicidad y desde su identidad. El reconocer esas voces y saberes debe verse como posibilidad de comunicación y relación no dominante, como posibilidades para lograr mejores y mayores resultados de bienestar y desarrollo humano a partir de su articulación.
La cultura y la medicina occidental no son las únicas
Un eje esencial para desarrollar una perspectiva y práctica intercultural democrática en la búsqueda de la salud del guatemalteco, consiste en dejar de absolutizar o sacralizar la cultura y el conocimiento en salud propio o “ajeno”.
Antes bien, en la mayoría de nosotros y nosotras es necesario abandonar el paradigma con respecto a “nuestra cultura”, lo cual implica partir de hacer una crítica previa a la herencia colonial que hace observar a los pueblos o grupos socioculturalmente diferentes como bárbaros, paganos, ignorantes, subdesarrollados . Es esencial que nos despojemos de estereotipos, prejuicios y del etnocentrismo que nos ha sido heredado y que bloquea el reconocer que las culturas y grupos socioculturales por ser distintos no son inferiores.
Igualmente es fundamental hacer una crítica a la “ciencia occidental” como único parámetro desde el cual se debe actuar como sujetos que trabajan en salud y como fundamento único y hegemónico de conocimiento y práctica en salud. Debe cuestionarse lo “occidental” como la única alternativa y abrirle posibilidades y opciones a sistemas tradicionales de salud (no oficiales y occidentales) los cuales han demostrado su pertinencia, precisamente por su procedencia local --más aceptada en muchos casos por pertenecer al contexto sociocultural de los pueblos y comunidades mismas--, por enfrentar desde los recursos y posibilidades locales una serie de problemas de salud. Esta pertinencia de los sistemas tradicionales de salud se debe a la existencia de un sistema de salud oficial que no logra resolver los problemas debido a su escasa cobertura, su carencia de recursos, sus enfoques, estrategias y métodos inadecuados para los contextos sociales y étnicos concretos. Asimismo porque la medicina oficial implica grandes costos económicos para una población en condición de pobreza y pobreza extrema, la cual tiene como alternativa acudir a lo accesible, que por ser barato no necesariamente es mejor o peor.
El reconocimiento de estos sistemas de salud tradicionales pasa por promover y ser parte de un proceso de búsqueda creadora de opciones que brinda tanto la medicina occidental y como la medicina tradicional, maya y no maya, presente en nuestros contextos de trabajo en desarrollo. Por ello, desde el sistema oficial de salud se impone la necesidad de intercambiar y contrastar los conocimientos, creencias y prácticas en salud que son producto, en parte, de las condiciones de pobreza y de tradiciones socioculturales distintas.
3. HACIA UN SISTEMA INTERCULTURAL DEMOCRÁTICO DE SALUD
El sistema de salud en el que hemos estado inmersos (básicamente occidental) debe ser abierto a los sujetos –individuales y colectivos-- que en cada contexto se expresan en términos de salud. La formulación de nuestro enfoque de salud, nuestra metodología de trabajo, de nuestra práctica y bases pedagógicas, deben ser objeto de una construcción constante, con enfoque democrático, en la que participen todos los sujetos implicados: terapeutas, asociaciones de salud, de promotores, entre otros.
Es por ello que la opción es asumir el trabajo en salud de forma y con contenido intercultural democrático. Para ello adoptamos la categoría de Medicina Intercultural entendida como una nueva manera de enfocar y practicar la medicina y todo aquel trabajo que implique la búsqueda de un perfil saludable de población en contextos con heterogeneidad étnica. Nueva también en tanto implica que el trabajador en salud, con una etnicidad e identidad étnica determinada, con conocimientos sobre salud, debe insertarse en cada contexto de trabajo como un profesional con perspectiva de interculturalidad democrática, con la apertura necesaria para reconocer y respetar la diferencia, basar su práctica en la solidaridad recíproca y aprehender todo aquello que signifique un aporte local o nacional a la salud desde experiencias socioculturales y saberes distintos. La interculturalidad democrática en salud, entonces, se constituye así en perspectiva y práctica de trabajo, así como en disposición de vida y trabajo profesional y personal.
Se trata de construir un nuevo estilo en el quehacer en salud, en permanente diálogo y convergencia intercultural, que se caracterice por el establecimiento de relaciones interculturales democráticas y por integrar, coherentemente con la salud misma, conocimientos, prácticas, roles y recursos que provengan de distintos sistemas de salud, los cuales deben someterse a una análisis científico para garantizar la atención en salud con mayor calidad a la población.
En ese sentido es necesaria la comprensión cabal de la etnicidad e identidad presente en cada contexto de trabajo. Asimismo, el conocimiento del aporte de sujetos sociales con etnicidad e identidad distinta hacen o pueden hacer a la salud. Así, se trata de construir un sistema intercultural democrático de salud que, sin absorber y eliminar sistemas de salud existentes, los articule a partir de incorporar sus aportes en conocimientos, recursos, prácticas y roles.
El diálogo intercultural es fundamental
La perspectiva que se quiere implementar contiene, como un componente esencial, el desarrollo de un proceso dialógico con otras tradiciones de vida y pensamiento que --entre otros atributos-- también son tradiciones en salud. El acercamiento a interpretaciones, prácticas, conocimientos, roles y recursos que forman parte de sistemas de salud de pueblos o grupos socioculturalmente diferenciados, es esencial para comprenderlas como base para entablar un diálogo más abierto, aprender a ser sensibles frente a ellas y tomarlas tan en serio como el sistema oficial de salud. Es decir, no debemos descalificar o excluir a priori las posibilidades de otros sistemas de salud. Este ejercicio también es válido en dirección hacia el sistema de salud oficial u occidental, en cuyo marco generalmente han sido formados quienes lo integran, sean indígenas o no.
Para el trabajo en salud esto implica ampliación de las fuentes de conocimiento y posibilidades para alcanzar resultados deseables en salud. Sucesivamente también requiere investigación con enfoque intercultural, lo cual significa no solamente volver más complejos nuestros sujetos de estudio a partir de sus características étnicas, sino también abrir los espacios para que se expresen, compartan y desarrollen sus prácticas y conocimientos en salud, con la posibilidad que pasen a ser parte del conocimiento científico.
Además, crear espacios para reflexionar sobre interculturalidad en salud, para compartir experiencias y conocimientos, prácticas y visiones. Estos espacios deben ser desarrollados con la participación de todas y todos aquellos que trabajan en salud (que seguramente también tiene orígenes étnicos distintos) y los sujetos de atención. Sin embargo, para que esto tenga fruto, el intercambio debe darse en igualdad de condiciones y el aprendizaje debe ser recíproco, pues finalmente la empresa en la que se participa es común: mejorar la situación de salud de los guatemaltecos y guatemaltecas. En ese sentido, es necesario hacerlo sin presiones, sin prejuicios, sin el uso de adjetivos (bueno o malo). Es decir, despojarse de la posición en la cual se cree poseer “la verdad” fundamentada en una cultura u otra, en una tradición médica u otra.
Pero esto no es simple. Requiere observar al sujeto con etnicidad e identidad distinta, no desde nuestra perspectiva, sino desde la perspectiva propia de dicho sujeto. La discusión en intercambio cultural, donde no solo se busque una explicación para nosotros o donde se pretenda encontrar precisamente lo que buscamos como respuesta preconcebida. Igualmente donde no se busque ajustar lo extraño a nosotros o encajar a los sujetos étnicamente diferentes a conceptos, ideas, posiciones y saberes nuestros, que no necesariamente son comprensibles y útiles para explicarlos en sus múltiples dimensiones.
Es un hecho que se debe re--aprender y re--asumirse como trabajadores en salud, tomar conciencia que se ha sido formado en la ciencia médica occidental, que se requiere superar el paradigma de la dualidad sujeto--objeto y pasar a una posición de sujeto—sujeto, de tal forma que la relación sea dialógica, dialéctica, superior cualitativamente. Es decir, comunicación y comprensión sustentada en el mutuo conocimiento, lo que implica un lugar para cada voz. De tal forma, entonces, que cada individuo, organización o institución que desarrolla trabajo en salud, debe ser asumida como una instancia mediadora para desarrollar una comunicación y un quehacer intercultural democrático en salud.
En ese marco, nuestros quehaceres dirigidos hacia futuros profesionales de la salud y hacia sujetos de atención en salud, no deben implicar un simple depósito de conocimientos y explicaciones, sino dejar la apertura explícita para su crítica y confrontación con la realidad. Por ello se necesita dar a conocer los fundamentos, planes y programas, los medicamentos, etc., para que los sujetos tengan mejores bases para aceptarlos o rechazarlos.
Las estrategias nacionales y locales, así como los procesos formativos en salud, deben asumir la integralidad multidisciplinaria como oportunidad metodológica (los cómo) de acercamiento y transformación de la realidad, así como epistemológica (los fundamentos y métodos del conocimiento). Dicha integralidad multidisciplinaria debe incluir, entre otros, el conocimiento y propuesta de ciencias como la Antropología Social. Esto es especialmente necesario para comprender dinámicas y realidades presentes en el contexto social del trabajo en salud, para concientizar a los sujetos que prestan servicios de salud, modificar concepciones y actitudes discriminatorias, y hacerlas coherentes con la política intercultural en salud. Esto implica descentrar a las ciencias de la salud, a las instituciones y los trabajadores en salud de su única referencia cultural hasta ahora dominante y de su único campo de referencia médica conceptual. Es decir, se propone una articulación dialógica de conocimientos desde disciplinas distintas, que aporten a la consecución de una vida en salud.
En conclusión, la medicina intercultural es una opción necesaria para encaminarnos al respeto del Ser Humano en sus múltiples manifestaciones. Este planteamiento, en tanto novedoso hasta cierto punto, no está exento de controversia. Pero es finalmente el punto de partida para enfrentar los problemas de salud con mejores criterios y con la intensión y práctica de asumir la interculturalidad democrática como eje fundamental de los procesos de búsqueda de mayores niveles de salud y de desarrollo de procesos educativos en salud más integrales.
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Páginas Web sugeridas
www.uady.mx/sitios/mayas/bibliografico
www.insp.mx/salud/35/354-8s
www.soc.uu.se/mapuche
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