Por Mario Sosa
¿Quién puede afirmar que el régimen económico, social y político
imperante en Guatemala contiene un paradigma deseable a la búsqueda de
bienestar y de felicidad humana? Basta con aproximarse a sus resultados
actuales para confirmar que este régimen no es útil al fin de garantizarles el
bien a las grandes mayorías sociales.
En el ámbito social, esto se constata en los niveles crecientes de
explotación, pobreza y desigualdad; en el alto desempleo y la constante
expulsión de niños y jóvenes trabajadores a otros países; en los enormes
rezagos en cobertura y calidad de educación, salud, seguridad social y
vivienda; en la política de muerte vía la represión; en la negación de
derechos, la marginación social, la conversión de la violencia en negocio, el
tráfico de niños y de órganos, la trata de personas; en el grave deterioro de
bienes naturales como ríos, lagos, suelos, bosques y aire.
En el ámbito político, es evidente cómo el Estado sigue controlado por
élites de poder históricamente dominantes, a las cuales se han sumado estructuras
de crimen organizado, grupos de militares y políticos rentistas, con quienes
aquellas mantienen intereses y relaciones sinérgicas que las hacen convivir con
ellos en los ámbitos de poder y de política estatal. El asunto más grave en la
esfera política ha sido la capacidad de estructuras criminales de acaparar y
dirigir organismos del Estado. Esto ha sido posible a causa de un sistema
político profundamente rentista y corrupto, configurado para representar e
intermediar con exclusividad los intereses antes referidos, los cuales
configuran un modelo económico que para nada se orienta al bienestar colectivo.
Allí se explican las incongruencias, debilidades e incapacidades del Estado
para resolver los graves problemas nacionales y producir resultados distintos a
los descritos.
Los resultados anteriores son apenas unos cuantos del inventario que
puede hacerse. Son la consecuencia de causas históricas y estructurales que no
encuentran respuestas coherentes en las élites económicas y políticas, como
tampoco en las instituciones del Estado. Contrariamente, quienes controlan el
Estado —y tendencialmente lo seguirán manejando— están interesados en el
aumento de sus niveles de acumulación y de enriquecimiento, en la implantación
de un régimen basado en ideas conservadoras del pasado y del oscurantismo y en
políticas de privilegios e impunidad.
No obstante, en este contexto emergen esperanzas que proceden de sujetos
políticos alternativos como las mujeres y los pueblos originarios. En
específico, los pueblos indígenas han venido planteando la perspectiva del buen
vivir, en la cual coinciden organizaciones de mujeres y feministas en su
búsqueda de gestar una economía para la vida.
El buen vivir constituye un paradigma que aporta un conjunto de
principios y valores alternativos al individualismo y el antropocentrismo, a la
fragmentación en el pensar y el actuar, a la materialidad y el enriquecimiento
a cualquier costo como única búsqueda humana y, por consiguiente, a las
relaciones de explotación, expolio y destrucción que hoy caracterizan al actual
modelo económico y orientan al régimen político imperante.
Es un paradigma que concibe la estrecha y sinérgica relación entre ser
humano, madre tierra y cosmos y que promueve que dicha interdependencia se base
en la complementariedad sin jerarquías entre unos y otros. En concreto, esto
implica —entre otros elementos— gestar relaciones que persigan el bienestar en
y de lo colectivo, en y de lo común, con base en el diálogo, el consenso, el
acuerdo; en la armonía, el equilibrio, la complementariedad, el respeto y la
reciprocidad entre seres humanos y pueblos, entre ser humano y madre tierra. Relaciones
cuya ética se base en el respeto a la integridad de todos los seres, en la
preservación de la vida, en compartir los saberes, en la consulta y el
servicio.
Como paradigma, se constituye en la base de un proyecto de vida y de
bienestar colectivo en el que todos los seres humanos y la madre tierra gozamos
de derechos, como la libre determinación de los pueblos y de las personas. Como
búsqueda con consecuencias prácticas, nos obliga a repensar la economía y la
política, en especial cuando estas generan resultados como los antes descritos.
Aporta, asimismo, un conjunto de ideas que son base del trabajo y la acción de
sujetos que lo asumen y que desde él persiguen la descolonización, la
desmercantilización, la despatriarcalización. Es, de hecho, uno de los pilares
del proyecto de Estado plurinacional que varias organizaciones y movimientos de
pueblos originarios, campesinos y mujeres, entre otros, han estado proponiendo
como alternativa para Guatemala.
Sin duda, esta perspectiva constituye una fuente de principios y
búsquedas que incluyen el diálogo. Quienes queremos un cambio para nuestro país
deberíamos aceptar ese diálogo, preguntarnos qué significa para mí o para
nosotros el buen vivir y desde allí actuar colectivamente en busca de
soluciones a los históricos problemas que vivimos y que nos impiden el
paradigma del buen vivir.
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