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20 de septiembre de 2019

El buen vivir para repensar la alternativa


Por Mario Sosa

¿Quién puede afirmar que el régimen económico, social y político imperante en Guatemala contiene un paradigma deseable a la búsqueda de bienestar y de felicidad humana? Basta con aproximarse a sus resultados actuales para confirmar que este régimen no es útil al fin de garantizarles el bien a las grandes mayorías sociales.

En el ámbito social, esto se constata en los niveles crecientes de explotación, pobreza y desigualdad; en el alto desempleo y la constante expulsión de niños y jóvenes trabajadores a otros países; en los enormes rezagos en cobertura y calidad de educación, salud, seguridad social y vivienda; en la política de muerte vía la represión; en la negación de derechos, la marginación social, la conversión de la violencia en negocio, el tráfico de niños y de órganos, la trata de personas; en el grave deterioro de bienes naturales como ríos, lagos, suelos, bosques y aire.

En el ámbito político, es evidente cómo el Estado sigue controlado por élites de poder históricamente dominantes, a las cuales se han sumado estructuras de crimen organizado, grupos de militares y políticos rentistas, con quienes aquellas mantienen intereses y relaciones sinérgicas que las hacen convivir con ellos en los ámbitos de poder y de política estatal. El asunto más grave en la esfera política ha sido la capacidad de estructuras criminales de acaparar y dirigir organismos del Estado. Esto ha sido posible a causa de un sistema político profundamente rentista y corrupto, configurado para representar e intermediar con exclusividad los intereses antes referidos, los cuales configuran un modelo económico que para nada se orienta al bienestar colectivo. Allí se explican las incongruencias, debilidades e incapacidades del Estado para resolver los graves problemas nacionales y producir resultados distintos a los descritos.

Los resultados anteriores son apenas unos cuantos del inventario que puede hacerse. Son la consecuencia de causas históricas y estructurales que no encuentran respuestas coherentes en las élites económicas y políticas, como tampoco en las instituciones del Estado. Contrariamente, quienes controlan el Estado —y tendencialmente lo seguirán manejando— están interesados en el aumento de sus niveles de acumulación y de enriquecimiento, en la implantación de un régimen basado en ideas conservadoras del pasado y del oscurantismo y en políticas de privilegios e impunidad.

No obstante, en este contexto emergen esperanzas que proceden de sujetos políticos alternativos como las mujeres y los pueblos originarios. En específico, los pueblos indígenas han venido planteando la perspectiva del buen vivir, en la cual coinciden organizaciones de mujeres y feministas en su búsqueda de gestar una economía para la vida.

El buen vivir constituye un paradigma que aporta un conjunto de principios y valores alternativos al individualismo y el antropocentrismo, a la fragmentación en el pensar y el actuar, a la materialidad y el enriquecimiento a cualquier costo como única búsqueda humana y, por consiguiente, a las relaciones de explotación, expolio y destrucción que hoy caracterizan al actual modelo económico y orientan al régimen político imperante.

Es un paradigma que concibe la estrecha y sinérgica relación entre ser humano, madre tierra y cosmos y que promueve que dicha interdependencia se base en la complementariedad sin jerarquías entre unos y otros. En concreto, esto implica —entre otros elementos— gestar relaciones que persigan el bienestar en y de lo colectivo, en y de lo común, con base en el diálogo, el consenso, el acuerdo; en la armonía, el equilibrio, la complementariedad, el respeto y la reciprocidad entre seres humanos y pueblos, entre ser humano y madre tierra. Relaciones cuya ética se base en el respeto a la integridad de todos los seres, en la preservación de la vida, en compartir los saberes, en la consulta y el servicio.

Como paradigma, se constituye en la base de un proyecto de vida y de bienestar colectivo en el que todos los seres humanos y la madre tierra gozamos de derechos, como la libre determinación de los pueblos y de las personas. Como búsqueda con consecuencias prácticas, nos obliga a repensar la economía y la política, en especial cuando estas generan resultados como los antes descritos. Aporta, asimismo, un conjunto de ideas que son base del trabajo y la acción de sujetos que lo asumen y que desde él persiguen la descolonización, la desmercantilización, la despatriarcalización. Es, de hecho, uno de los pilares del proyecto de Estado plurinacional que varias organizaciones y movimientos de pueblos originarios, campesinos y mujeres, entre otros, han estado proponiendo como alternativa para Guatemala.

Sin duda, esta perspectiva constituye una fuente de principios y búsquedas que incluyen el diálogo. Quienes queremos un cambio para nuestro país deberíamos aceptar ese diálogo, preguntarnos qué significa para mí o para nosotros el buen vivir y desde allí actuar colectivamente en busca de soluciones a los históricos problemas que vivimos y que nos impiden el paradigma del buen vivir.

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