Por Mario Sosa
01 de julio de 2019
https://www.plazapublica.com.gt/content/las-elecciones-como-falsedad
01 de julio de 2019
https://www.plazapublica.com.gt/content/las-elecciones-como-falsedad
En un contexto como el guatemalteco es hegemónica la idea de democracia
en la cual, supuestamente, todo ciudadano puede elegir y ser elegido, para lo
cual se procede a elecciones periódicas para el relevo de autoridades y se
recurre a la figura del partido político como instrumento al que se le atribuyen
funciones de representación, intermediación y agregación de intereses de la
ciudadanía.
Esta idea hegemónica pone de ejemplos las llamadas democracias del mundo
occidental y ubica como paradigma la cuestionable experiencia estadounidense.
Mientras tanto, se niegan otros modelos, en especial cuando estos avanzan en
dotar de mayor capacidad y protagonismo al sujeto de la soberanía: el pueblo.
De hecho, en retrospectiva, cuando esa idea hegemónica es rebasada, como
sucedió en Guatemala entre 1944 y 1954, quienes mantienen el poder estratégico
recurren a dictaduras militares y políticas represivas para impedir su relevo
real.
Lo cierto es que, en democracias como
la guatemalteca, en las cuales el Estado se encuentra históricamente capturado
por grupos económicos, políticos y criminales emergentes, la elección de nuevas
autoridades no deja de ser un simple ritual que no produce nuevos gobernantes
con capacidad de decisión en las políticas de Estado, pues estas son decididas
por los actores de dicha captura, incluidos los poderes empresariales,
financieros e imperiales.
Con relación a la falsa idea de igualdad ante la ley, que se traduciría
en que todo ciudadano tiene el derecho de elegir y de ser elegido, es evidente
que no opera en la realidad concreta. Esto, porque sistemas democráticos como el nuestro parten de considerar
a ese ciudadano en un sentido exclusivamente individual, sin reconocer que su
concreción también se expresa en la existencia de sujetos colectivos que, como
los pueblos indígenas, reivindican sus propias formas de gobierno y sus propios
sistemas normativos y de representación política, que no son reconocidos y, por
el contrario, son objeto de marginación, cuando no de represión cuando atentan
contra esa norma e idea hegemónica de democracia.
Más allá, el sistema de partidos políticos está configurado para que,
por la vía de las relaciones de poder prestablecidas y de facto, la mayoría de estos representen los intereses
de las élites de poder económico, político y militar y sometan a sujetos como
los campesinos, los obreros y los pueblos originarios a dinámicas de
individualización a través de las cuales, en tanto sujetos colectivos, resultan
desagregados y aniquilados. Además, cuando emerge alguna fuerza que pudiera
catalogarse de alternativa al statu quo, se
extienden e intensifican los mecanismos y dispositivos para que la competencia
electoral resulte en una relación más desigual. Esto es lo que sucede cuando se
constata la desigual capacidad financiera y el acceso a medios de difusión
masiva que enfrentan fuerzas anti-establishment.
Lo anterior resulta más grave cuando los procesos electorales presentan
un conjunto de signos de carácter fraudulento, como ha sucedido en las
elecciones de 2019. Algunos de estos signos son a) el registro de candidaturas
no idóneas; b) el retardo en la inscripción y entrega de credenciales a
candidaturas a las cuales se les impidió iniciar sus campañas oportunamente; c)
impedimentos a determinados partidos para que abran cuentas bancarias, con lo
cual encontraron dificultades para su financiamiento; d) la falta de asignación
de fondos y espacios publicitarios para que puedan dar a conocer sus
propuestas; e) las prácticas de coacción, acarreo y compra de votos, y f) la
alteración de actas o datos no coincidentes con las actas digitalizadas. Está
por determinarse, además, la magnitud de un posible fallo del software utilizado
en la elección.
Con el análisis crítico anterior no se pretende abonar a las fuerzas de
derecha que con la afirmación de fraude electoral pretenden generar
desestabilización, repetición de elecciones, e incluso hacernos retroceder en
las ya enclenques institucionalidad y garantías democráticas.
El propósito, eso sí, es cuestionar las elecciones, que para nada son
procedimientos de competencia en igualdad de condiciones y por consiguiente
democráticas. Contrariamente, las normas y el desarrollo concreto de dicha
competencia son controlados por los actores que mantienen capturado el Estado,
lo cual convierte el sistema de partidos en instrumental y el procedimiento
eleccionario en el ritual para que unos pocos mantengan el secuestro de una
democracia que, en estas condiciones, resulta falsa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario