Mario Sosa
En Albedrio, 5 de marzo 2009.
La inseguridad nos invade en los espacios y tiempo más cotidianos e íntimos. La sensación o los hechos que han atentado en contra de nuestra seguridad se imponen en nuestros imaginarios y sentimientos colectivos. Pero es una inseguridad que usualmente se relaciona con los actos criminales y de violencia que atentan contra nuestros bienes y nuestras vidas. Sin embargo, suele obviarse una categoría más importante: protección.
La protección es una necesidad humana que se relaciona con otras complementarias: subsistencia, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad y libertad. Protección que en tanto necesidad se satisface con cuidados (salud, alimentación, abrigo, vivienda, afecto, entre otros) para poder ser lo que somos en tanto seres humanos; con garantías efectivas para poseer y ejercer derechos, para contar con familia y trabajo digno, para poder cooperar y realizar nuestras metas, para defender nuestra dignidad, para curar nuestras heridas físicas y emocionales, para garantizarnos un contorno saludable y adecuado para nuestra realización individual y social, etc. La protección entonces, trasciende el concepto de seguridad, aunque la inseguridad atenta contra toda condición y posibilidad para concretar la protección humana.
En este sentido, el Estado, como el ente llamado “teóricamente" a garantizarnos protección más que seguridad, constituye al mismo tiempo una constatación empírica de su propio fracaso. Es el fracaso del Estado capitalista, de este Estado construido históricamente por las elites burguesas y oligárquicas locales y por el imperio estadounidense y el capital mundial (empresas transnacionales, organismos financieros como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional; tratados comerciales, guerras, violencia mediática, etc.); asimismo por los no tan paralelos ni tan oscuros poderes fortalecidos o surgidos de la ilegalidad del despojo y el saqueo, del tráfico de armas, drogas y elementos de la naturaleza. Son estos factores de poder quienes reproducen a partir de sus intereses los fundamentos de este Estado capaz para garantizarles seguridad e incapaz para garantizarnos protección a las grandes mayorías pues no es su misión real de poder.
Este Estado capitalista, con su incapacidad o complicidad reproductora de inseguridad e impunidad, nos ha garantizado un estado social en que cualquier vida se constituye en una mercancía: desde el riñón de alguno de nuestros hijos hasta su vida misma. Un estado social en donde quien paga puede atentar contra nuestra elemental y fundamental esencia: la vida misma. Esto es lo que el Estado capitalista está garantizando y lo demuestran las evidencias empíricas.
Este Estado capitalista, en lugar de generar políticas radicalmente distintas, orientándose a la raíz e integralidad de la problemática y de las soluciones, permite que se acreciente el miedo, la hostilidad y agresividad, la discriminacón y el racismo, el elitismo y el servilismo, la competitividad y la vulnerabilidad, la privatización y la concesión “en tanto privación de derechos-; vulnera nuestros derechos constitucionales, nos militariza, nos reprime, garantiza la impunidad y, además, nos persigue cuando luchamos por nuestros Derechos; reproduce y estimula un concepto de seguridad que nos orilla en vano a intentar protegernos a través la compra de armas, de "empresas de seguridad" y de supuestos "grupos de seguridad comunitaria", y con ello sólo generaliza la guerra social existente, mercantiliza nuestra necesidad de protección y induce a aceptar opciones fascistas, represivas, militaristas y criminales que, enfocadas exclusivamente en la delincuencia y con pretensiones de ejercicio autoritario del poder, contravienen la posibilidad para nuestra propia protección. De hecho, expresiones de autoritarismo, militarización y represión --como inducidos satisfactores para nuestra necesidad de seguridad--, no solamente son aplicadas con exclusividad a las grandes mayorías empobrecidas, marginadas, explotadas y oprimidas, sino imposibilitan la satisfacción en particular de nuestra necesidad de protección y afectan la satisfacción del resto de nuestras necesidades, tal y como lo han demostrado las dictaduras fascistas que hemos conocido en Guatemala y Latinoamérica.
Adicionalmente y no obstante su incapacidad incapacidad que debemos explicárnosla en el carácter de clase del Estado- , nos impiden generar las condiciones para nuestra protección. Así, se nos impide formar sindicatos para proteger nuestros derechos, se nos niega tierra para garantizarnos la mínima ración de tortilla y frijol, se excluye y combate la aplicación de nuestros propios sistema de salud y justicia para garantizarnos bienestar, se reprime y persigue a nuestros líderes, etc.
Vaya círculo vicioso el que permite, estimula y ejecuta este Estado capitalista, que demuestra con hechos, su incapacidad para garantizarnos seguridad y, más aun, para que podamos satisfacer nuestra necesidad de protección.
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