Mario Sosa
En Albedrio, 19 y 26 de marzo y 3 de abril de 2009.
Primera parte
Profunda alegría y aliento nos causa el triunfo del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional –FMLN-. Sin duda constituye un hito en la historia de nuestro hermano país El Salvador.
En el objetivo irrenunciable de lograr que nuestros pueblos sean los constructores de su propio destino, la toma del poder sigue siendo una vocación que no debemos obviar. Esa vocación colectiva de poder de todo un pueblo ha permitido que El Salvador, a través de su organización revolucionaria se encuentre ante el reto de gobernar, ejercer el poder y, al mismo tiempo, transformarlo en un poder popular. En ese sentido, dicho triunfo constituye un paso fundamental para dejar atrás una historia de dictaduras y masacres, de políticas burguesas e imperialistas, y adentrarse en un camino que deberá caminarse en dirección a lograr los objetivos por los que se luchó durante y después de la firma de la paz en 1992.
Pero dicho triunfo debe ser comprendido en su contexto. El FMLN surge de la guerra salvadoreña como una fuerza militar capaz de lanzar ofensivas militares de alto impacto y llevar la lucha a un franco “empate” militar, aun con todo el financiamiento e intervención militar del imperio estadounidense. De tal manera que su conversión en partido político encuentra en una acumulación de fuerzas, una condición para insertarse en el sistema político legalmente establecido, con la posibilidad de competir por el poder, con la posibilidad de ganarle el gobierno a la derecha e iniciar un nuevo proceso hacia la construcción de un nuevo régimen. Es decir, su capacidad organizativa y política le dio la posibilidad de mantenerse beligerante y entrar al juego político electoral como una fuerza capaz de disputar el poder y no sólo jugar el papel funcional de legitimador de un sistema político que, como el guatemalteco, sólo garantiza la sustitución de unas elites por otras.
Pero llegar a este triunfo además, se da a partir de criterios que en la práctica demostraron su justeza. La constitución del partido político FMLN, se da a partir de la tesis de ser un frente de organizaciones, que reconocía la existencia de procesos organizativos históricos, con liderazgos e identidades sólidas, y que sólo en un esfuerzo sostenido se podría construir una identidad unitaria, basada en un programa y una estrategia política compartida. Es decir, el FMLN fue y en parte todavía lo es, un frente de organizaciones que, no obstante sus diferencias que llevan a la salida de fuerzas que se constata eran conservadoras (con algunas excepciones), han sabido mantenerse unidas.
Contrariamente, en Guatemala, las fuerzas revolucionarias salen de la negociación y de la firma de la paz en situación de debilidad producto del desgaste que hechos, como el del secuestro de la señora Novela, le hicieron ceder en el Acuerdo sobre Aspectos Socioeconómicos y Situación Agraria y le orillaron a firmar con rapidez los acuerdos finales, a desmovilizarse y convertirse en partido político en condición de fuerza secundaria, sin la capacidad de beligerancia requerida, ni siquiera, para luchar por el cumplimiento de aquella parte de los acuerdos que por ser coherentes con el proyecto revolucionario debían lucharse en la calle y no en mesas de comisión. Adicionalmente, su liderazgo impuso una tesis de unidad, en la cual, organizaciones que se articularon en la URNG en 1982, debían desaparecer –con especial énfasis al partido comunista- y dar vida a un partido político que por decreto se constituiría en la expresión de unidad de las fuerzas insurgentes. Se obvió lo que en El Salvador se tuvo claro: los procesos organizativos, los liderazgos, los conflictos internos y las identidades no desaparecen por arte de magia y, efectivamente, no desaparecieron. Desde la llana militancia hasta los comandantes, las “anteriores” organizaciones continuaron articuladas y actuando al interior del nuevo partido político, como corrientes que ni siquiera llegaron a ser ideológicas; todo lo contrario, las corrientes que pudieron haber sido identificadas como revolucionarias se desviaron en el camino o fueron cediendo en sus posiciones a partir de la justificación de la unidad, orientación que en la práctica significó asumir el instrumento político como un fin y no como un medio. Con esto dejaron no solamente que fluyera una hegemonía ideológica y política vagamente socialdemócrata, que se adueño del partido, haciéndolo un partido funcional, con discurso a veces y a regañadientes de izquierda pero finalmente conservador, que hoy, desde la marginalidad y el desprestigio político, es imposible pensarlo como una opción de poder, ya no digamos como la alternativa de poder.
Viene a cuenta lo anterior por los comentarios que hemos escuchado y alguna declaración de prensa que, bajo la idea de que Nicaragua venció, Salvador le siguió y que ahora, como por arte de magia y como juego de dominó, Guatemala le seguirá; criterios que no dejan de ser producto de nuestro profundo carácter idealista (filosóficamente hablando), supersticioso (ilusorio) y subjetivo.
Estos y otros asuntos relacionados seguiremos tratando en los siguientes aportes, siempre con la intención de estimular el necesario debate.
Segunda parte
Una izquierda que se proyecte responsablemente al futuro no puede sino partir de una perspectiva objetiva de su realidad actual. Nuestro estado es de fragmentación y dispersión originada en conflictos de liderazgo, en diferencias programáticas y de estrategia, en predominio de identidades sectoriales y temáticas, en procesos de unidad fracasados a partir de estrategias de eliminación del disenso y la imposición de “mayorías” o de estrategias electoralistas, en la cooptación y derechización, entre otros aspectos. Hemos sido incapaces de generar las posibilidades y concretar un esfuerzo de carácter estratégico, no solamente para articularnos y unirnos, sino para hacer frente a la hegemonía burguesa, oligárquica e imperialista que se plasma en la profundización de las formas de acumulación de capital y sus impactos en la condiciones de explotación, expolio, miseria y deterioro ambiental. Hemos sido incapaces de generar oposición y dicho papel se lo hemos dejado a la misma derecha, que se debate entre la supuesta moderación del gobierno de Colom y la oposición orientada al fascismo del Partido Patriota.
En el Salvador, bajo circunstancias como las analizadas en la primera parte de este artículo, era lógico plantearse lo electoral como la principal forma de lucha e, inclusive, como la estrategia política para alcanzar el gobierno y desplazar a la derecha fascista y servil de ARENA y sus partidos compinches. En Guatemala, no obstante la debilidad organizativa que nos caracteriza en la izquierda y los condicionantes del sistema político, lo electoral se impuso como estrategia política per se y a toda costa, logrando no solamente profundizar las divisiones sino hacer de la izquierda una expresión marginal y atomizada.
La debilidad organizativa se empezó a visualizar con la imposición de lo electoral que generó la fracción dominante en la izquierda, haciendo de ésta una acción que llevó a debilitar cada vez más nuestra lucha política. Esta orientación se plasmó en el freno a la movilización social con supuestas intenciones de no desgastar al otro actor de los acuerdos de paz, la oligarquía representada en un primer momento por el liderazgo autoritario de Álvaro Arzú (1996-2000). Paulatinamente, el desgaste de esa lógica, la falta de un programa político revolucionario, los conflictos internos irresueltos, las prácticas conservadoras y hasta cómplices –por acción u omisión- con políticas de derecha, la carencia de liderazgo, la pretensión de llevar toda movilización social al ámbito de la “lucha” parlamentaria, la incapacidad para dirigir políticamente, la carencia de recursos económicos, se constituyeron en un conjunto de elementos que hacen imposible pensar en una izquierda capaz de competir por el gobierno en el ámbito electoral, ya no digamos luchar por la toma del poder. Más allá de los resultados electorales que no pueden sino ser asumidos como un criterio de verdad, la serie de rezagos o desviaciones enunciadas, hacen prever que la izquierda se mantendrá en la marginalidad, desparecerá como organización electoral o se derechizará a tal punto de negociar con fuerzas de derecha como sucedió con la ANN, hoy en franco co-gobierno a la cola con el gobierno de la UNE y Colom, como se concretó con expresiones oportunistas de la mal llamada sociedad civil, o como se expresó en el “voto útil”, que no obstante la declaración pública de “neutralidad” y de dejar en libertad a sus “bases”, se concretó en la práctica desde URNG.
Complementariamente, las condiciones del sistema político siguen siendo las mismas y más profundas. Sólo quien cuenta con los recursos financieros suficientes, siendo capitalista o vendiéndose al mejor postor, puede participar “competitivamente” en el ámbito electoral. Es un sistema en el cual la institucionalidad articula (a través del voto, la amenaza o el clientelismo) al mismo tiempo que excluye (como sucede con los Pueblos Indígenas); los valores dominantes son la expresión de falta de ética; las relaciones clientelares se imponen por sobre la búsqueda de una alternativa de solución a los problemas nacionales; se carece de representación de los distintos sujetos y de intermediación de los intereses de las grandes mayorías; la influencia y hasta determinación que ejercen poderes oligárquicos, mafiosos e imperiales. Todo ello configura un sistema político que garantiza esencialmente la sustitución de unas elites por otras, que impide la participación protagónica de los sujetos histórica y estructuralmente oprimidos, y que garantiza la reproducción del régimen político y económico, el cual es reproducido por el Estado, los partidos políticos y buena parte del liderazgo social y político.
En esas condiciones y desde una perspectiva revolucionaria, sólo se podría participar sin legitimar el juego de relevo de las elites en el poder, a partir de contar con la capacidad organizativa, con un programa político revolucionario y con los recursos económicos (financieros, humanos, informativos, etc.), algo con lo que evidentemente en la izquierda carecemos todavía.
Con un sistema político adverso –para la izquierda revolucionaria- y sin las capacidades construidas, lo electoral impuesto como principal forma de lucha o como estrategia política sólo retrasa la posibilidad de lograr la articulación y unidad política necesaria, que permitirá lograr la acumulación de fuerzas requerida para librar la lucha electoral y construir y alcanzar el futuro deseado.
De tal manera que, a diferencia de El Salvador, la izquierda en Guatemala tiene tareas pendientes antes de pensar e insistir en lo electoral como la estrategia política.
Sin quitarnos la venda de los ojos, será muy difícil que estemos en la posibilidad real de disputar el poder del gobierno y desplazar a la derecha de su ejercicio, algo que por demás, no puede ser planteado sino en el mediano plazo, que no corresponde a cuatro años o hacia las siguientes elecciones como perspectiva electorera y demagógica.
Tercera parte
En un contexto donde las formas de acumulación a través de intensificar la explotación y el expolio se expanden y profundizan, con un Estado que afianza su papel de criminalizador y represor de la lucha indígena, campesina y popular, con una hegemonía conservadora y cada vez más incisiva en sus orientaciones fascistas y con una política de mayor intervencionismo imperialista, la tarea de articularnos y avanzar hacia la unidad se hace cada vez más imperante.
Por ello es necesario que surjan esfuerzos de debate, propuestas de articulación, de programa y estrategia, que nos garanticen no solamente posibilidades objetivas para la unidad, sino condiciones concretas para enfrentar la avanzada fascista que aun no llega a su máxima expresión. Y porque urge la unidad es que debe analizarse y trabajarse con el detenimiento que requiere y no constituirse en llamados demagógicos y egocéntricos que por su origen y orientación, más que abonar la minan.
El debate necesario no es cuestión académica, pero sí un esfuerzo que nos garantice una mínima sistematización de la experiencia de la izquierda revolucionaria, desde la cual podamos extraer los aprendizajes que nos permitan evitar los mismos errores, debilidades y desviaciones en dirección a superar la dispersión generada por múltiples factores internos y externos; a resolver nuestras diferencias programáticas y de estrategia, nuestras identidades, no para convertirnos en un esfuerzo que nazca pro sistémico y cooptado, sino para potenciarnos como una fuerza revolucionaria incluyente de todo sujeto revolucionario.
En ese sentido, el debate también requiere abordar el tema del sujeto revolucionario. Desde esta perspectiva, el tema del partido “especialmente electoral" resulta ser una reducción institucional e institucionalista que estorbaría. Antes que eso, habrá que pensar en un instrumento que logre articular a los sujetos que desde sus distintos orígenes y formas de organización y representación se sientan revolucionarios y asuman el compromiso de articularse en un esfuerzo revolucionario. Un instrumento que garantice que se escuchará nuestra voz y lucha compartida, sin que deje de existir la voz y lucha de cada sujeto. Nótese, hablamos de la tarea de articular sujetos revolucionarios, no de pretender mezclar el aceite y el agua, especialmente cuando se incluye en la izquierda a organismos y liderazgos que no solamente no se sienten de izquierda, sino que son hasta contrarrevolucionarios.
En este momento se trata de articular a los sujetos revolucionarios. Después deberá pensarse en alianzas con otros organismos con quienes podemos compartir objetivos de corto plazo o limitados, por sus posibilidades para avanzar en el proceso de transformación del país. No podemos pretender alianzas si no contamos con la suficiente fuerza para que nuestro programa avance y no se pierda con base en la justificación de "las más amplias alianzas" como discurso electorero. Cada paso tiene su tiempo y su objetivo.
Este debate deberá, entonces, aportar a dilucidar sobre la forma de articulación idónea (insisto, articulación) antes que pensar en una unidad falsa. La unidad, por demás, deberá ser construida en la práctica política basada en un acuerdo programático. Este acuerdo, sabiendo el terrible daño que ha provocado lo electoral o hacerlo en torno a pretensiones parlamentarias/electorales, los plazos electorales (cuatro añeros) y las negociaciones de puestos, deberá trascender dicha perspectiva estrecha y cortoplacista y esa orientación institucionalista e institucionalizada, de aceptación de un régimen político y electoral diseñado --como ya se analizá en la segunda parte de este escrito--, para hacer funcional el sistema y avalar el relevo en el gobierno de unas elites por otras. En el mismo sentido, de los acuerdos de paz habrá que recuperar aquellos que sean coherentes con una posición revolucionaria y desechar aquellos que inclusive tienen un tinte hasta neoliberal (como someter al mercado la solución del problema agrario). El tiempo de los acuerdos de paz concluyó hace mucho, por lo que es necesario integrar un programa que los rebase y se encamine a concretar el objetivo de conquistar el poder y transformar el país.
La articulación y la unidad -reitero- basadas en un programa revolucionario, debieran ser coherente y desarrollar la lucha revolucionaria. En ese esfuerzo, criterios conservadores orientados a desmovilizar, a movilizar en función de diálogos y negociaciones infructuosas o de papel, sólo harán retrasar y llevar a embudos sin solución la movilización política y la problemática nacional. Por ello, es una orientación acertada articular la resistencia, para luego pasar a lo ofensiva como un proceso de acumulación de fuerzas suficiente para pensar en la toma del poder.
Es indudable. La izquierda debe renovarse y repensarse, pero no en dirección a volverse conservadora y sistémica como pretenden algunos. Repensar la izquierda es retomar y actualizar el programa revolucionario y replantear el camino (la vía revolucionaria, las formas de lucha), no para plasmar -insisto- una visión ambigua -como hasta ahora- sino para recuperar una visión y, sobretodo, una práctica revolucionaria. Esto pasa por entablar un debate serio, sin hegemonismos y búsquedas protagónicas, con sustento teórico e ideológico, con un verdadero compromiso.
Repensar la izquierda debe traducirse en la construcción de una fuerza política probada en la lucha popular, ámbito donde tendrá la posibilidad de crecer y desarrollarse, y recuperar el prestigio de aquellos sujetos que debieran integrar el gran sujeto transformador.
Para ello se necesitan inteligencias con posición y decisión, propuestas concretas y la mayor cantidad de convocantes. El proceso debe ser, desde ya, un esfuerzo colectivo y articulador, que trascienda los discursos y se concrete en la práctica política, desde el ámbito local, regional y nacional. Sólo esto nos permitirá frenar las concepciones y políticas fascistas que se están instalando y avanzar en un proceso de transformación que ligada al esfuerzo latinoamericanista nos permita superar esta etapa oscura de nuestra la historia y concretar nuestro proyecto histórico.
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