Mario Sosa
http://www.url.edu.gt/brujula/opinion.html
Es indudable, en la juventud guatemalteca se cuenta con una visión crítica de la situación que generaciones precedentes nos han heredado. Es una juventud ávida de cambio y manifiesta diversas acciones a través de las cuales trata de contribuir mejorar las condiciones actuales. Es y debe ser su compromiso actual y futuro: construir una sociedad radicalmente distinta: justa, digna, soberana, solidaria, desarrollada y en paz.
Pero lograr esa sociedad anhelada requiere una visión objetiva, histórica y estratégica, desde la cual sea posible idear con coherencia las soluciones y el camino a seguir, para que en su calidad de sujetos, pueda constituirse en el motor fundamental para sacar al país del atraso y la miseria y para resolver la crisis histórica y estructural que predomina y que las fuerzas dominantes no han sido y no muestran capacidad de resolver.
Ese deseo de cambio y el entusiasmo, no obstante, es insuficiente. Toda acción, para ser transformativa, debe partir de una perspectiva crítica que de paso a una acción planificada, basada en principios, con objetivos y estrategia coherente, y con un liderazgo que nazca del proceso que genuinamente abandere el cambio que nuestra matria, Guatemala, necesita.
En este sentido, el conocimiento de nuestra historia es fundamental. Sin reconocer lo que hemos sido, será imposible comprender lo que somos y, por consiguiente, lo que queremos ser en el futuro. La historia está contenida de experiencias y aprendizajes, asidero del cual no podemos prescindir.
La historia reciente de nuestro país está marcada por la rebelión cívico militar de 1944, que derrocó la dictadura de los 14 años encabezada por Jorge Ubico y Federico Ponce, en la cual participa la juventud y se incorpora, bajo la dirección de dos grandes estadistas: Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz Guzmán, al proceso de construcción de una sociedad profundamente democrática y orientada al bienestar de las grandes mayorías, cambiando radicalmente la orientación del Estado. Es una juventud moral y éticamente solvente, que demostró su compromiso con el prójimo, que tuvo una intachable gestión pública y que hoy es reconocida por sus legados humanistas y revolucionarios.
Esa juventud fue artífice de cambios sin precedentes generados durante la década revolucionaria (1944-1954). Se instituyeron leyes y políticas orientadas a lograr que el país fuera democrático, independiente y capitalistamente desarrollado, tales como: una constitución democrática, el código de trabajo, el IGSS, la autonomía municipal y universitaria, una reforma agraria que empezaba a dinamizar el campo y el mercado interno, ruptura con monopolios extranjeros en materia de energía eléctrica y ferrocarril, la construcción de la hidroeléctrica Jurún Marinalá, carreteras estratégicas como la del Atlántico, el puerto Santo Tomás de Castilla. Asimismo, suprimió el trabajo forzoso y se garantizó la protección laboral, se avanzó como nunca en garantizar educación gratuita y obligatoria y salud a través de la ampliación y mejora cualitativa de servicios. Fue un período en donde se democratizó políticamente el país y se promovió y respeto a la organización y participación sindical, campesina y social en general.
Los avances logrados fueron truncados por la invasión estadounidense y el derrocamiento de Jacobo Arbenz Guzmán. La contrarrevolución de 1954, representa para el país consecuencias que se extienden hasta hoy. No solamente hemos retrocedido en un conjunto de conquistas sociales, sino además nos han heredado un país -que nadie puede negar- se debate en el atraso y la miseria, la delincuencia y la impunidad, la dependencia y el expolio, la injusticia y la desigualdad, el racismo y la discriminación.
Monseñor Romero afirmó “La paz es fruto de la justicia” y para lograrla es necesario que la juventud recupere perspectiva histórica y recree el presente y futuro, con principios democráticos, siendo protagonista en la construcción de una Nación y un Estado capaz de lograr la justicia
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