Distintos actores políticos han
empezado a plantear que la convocatoria a las elecciones generales abre una
nueva etapa que, en tanto representa el relevo gubernamental, tenderá a disipar
o a resolver la deplorable situación devenida de las políticas del actual
gobierno y de su correspondiente rechazo. Desde mi perspectiva, esto no será
así.
En efecto, es muy probable que buena
parte de los actores políticos que forman parte de las disputas y los
conflictos actualmente en marcha asuman y orienten su acción para hacer avanzar
sus opciones electorales y, por esa vía, mantener o cambiar la correlación de
fuerzas y la orientación en la conducción del aparato estatal.
No obstante, la llamada crisis política
es más que eso en realidad. Es un proceso continuo de contradicciones y
disputas que, como observamos, no se resolvieron con las elecciones de 2015 ni
con la designación de un nuevo gobierno. Por el contrario, siguieron
desarrollándose durante el período gubernamental actual y devinieron en varios
momentos críticos.
Entre las contradicciones más
relevantes que pueden citarse figuran:
1.
La contradicción devenida de la disputa por el control de los órganos
decisivos del Estado con el fin de orientar sus políticas, su legislación y sus
resoluciones a favor de los intereses de los grupos de poder económico, militar
y político, cuyos objetivos son la acumulación de capital y el enriquecimiento
lícito e ilícito.
2.
Quienes se han disputado tales ámbitos de poder se enfrentan en
ocasiones y se articulan en otras, especialmente cuando se sienten amenazados.
Esto explica la alianza que se ha dado en llamar pacto de corruptos, cuyos
integrantes, investigados, procesados y amenazados con perder privilegios e
inmunidad, desarrollan una franca estrategia para copar todos los organismos
del Estado, para lo cual incluso han incurrido en actos de violación de la
Constitución y del derecho internacional.
Esos sectores provienen de fuerzas
defenestradas y vinculadas con la política sucia y corrupta, como la del
Partido Patriota y la del partido Líder, la de militares acusados de violación
de derechos humanos y de crímenes de lesa humanidad, la de grupos empresariales
que han hecho del Estado una agencia a su servicio y la de grupos del crimen
organizado. Esta alianza, con sus prácticas, atenta contra la débil, enclenque
y manipulada legalidad e institucionalidad.
La contradicción procede de un modelo
de acumulación de capital que ha generado despojos legales e ilegales de
tierras, fuentes de agua y otros bienes públicos, así como desplazamiento o
expulsión de población, y cuya competitividad se sostiene en salarios de hambre
y en el uso o aprovechamiento barato o sin costo de bienes comunes y
estratégicos. Esto genera resistencias y luchas sociales legítimas que, pese a
ser objeto de criminalización, judicialización y represión al extremo del
asesinato, se incrementan y expanden.
Quienes se benefician del control del
Estado y del modelo de acumulación de capital en uno u otro aspecto o sentido
son confrontados por quienes han luchado por avanzar en reformas políticas.
Pero también son enfrentados por quienes, desde una interpretación histórica y
estructural, se están planteando la fundación de un nuevo Estado, al cual
denominan plurinacional, popular, multisectorial.
Tales contradicciones, por su magnitud,
auguran un proceso electoral incierto en su legitimidad y legalidad, dado que
las estructuras de poder que hoy en buena medida controlan el Estado persisten
en sus pretensiones de legislar e implementar políticas a favor de la delincuencia
organizada y de quienes violaron flagrantemente los derechos humanos, mermar la
relativa autonomía de algunos organismos e instituciones del Estado para
obligar a las cortes a que resuelvan según sus intereses corporativos, expulsar
organismos internacionales, etc. En esas búsquedas están transitando por un
camino que no está exento de que atenten contra las elecciones y continúen
violando la Constitución.
Estas contradicciones se expresarán en
buena medida en la disputa electoral. Estarán plasmadas en programas de
gobierno, en candidaturas, en discursos, en estrategias, en alianzas, etc. En
fuerzas políticas que por su carácter competirán con recursos de poder
diferenciados en su magnitud para afrontar la competencia. Es en ese ámbito
donde se dilucidará, en el corto plazo —y hasta cierto punto—, la correlación
de fuerzas entre quienes sostienen el statu quo y
profundizan en regresiones hacia ejercicios autoritarios de poder y entre
quienes se plantean cambios democráticos y profundos.
Así las cosas, las elecciones no serán
una solución a tales contradicciones, y menos a la llamada crisis política que
vive el país. Por sus signos y causas, dicha crisis tiene implicaciones
históricas y profundas relacionadas con el carácter, la dirección y las políticas
del Estado y con el modelo imperante de acumulación de capital. Por el momento
en que se desarrollan, las elecciones podrían ser un elemento crítico más
surgido de dichas contradicciones.