Más
allá del desastre de los últimos gobiernos, ha quedado al desnudo un Estado incapaz
de garantizar el bien común. ¿Qué explica esto?
Investigaciones
históricas y recientes, incluidas aquellas de carácter criminal, han demostrado
cómo el Estado guatemalteco es controlado por un conjunto de elites cuya
extracción principal corresponde a la clase social dominante. Aun con sus
contradicciones y pugnas internas que emergen en momentos electorales y de
disputa por los negocios en, con y desde el aparato estatal, dicha clase social
–como expresión ínfima y supeditada al
capital global y al poder imperial que nos corresponde geopolíticamente– ha
tenido la capacidad para configurar los cimientos y el curso económico,
ideológico y político del Estado.
La
gestión continua del Estado la realiza a través de sus estructuras para-empresariales,
como el CACIF como su principal partido político, cámaras empresariales,
fundaciones y medios de difusión masiva, de representaciones permanentes en
organismos del Estado y operadores políticos en partidos, medios de
comunicación y organismos estatales como la Corte de Constitucionalidad, la
Corte Suprema de Justicia, el Congreso y el gobierno nacional. Un ejemplo de lo
anterior es el control que mantienen sobre el sistema de partidos políticos, a
través de diversos mecanismos legales (ser dueños de partidos y/o financiarlos
legalmente) e ilegales (como el financiamiento electoral ilícito), ideológicos
(siendo que la mayoría abrazan las ideas dominantes, entre estas aquellas
proclives al interés de la clase dominante) y económicos a través de jugosas
comisiones por la aprobación de leyes, políticas y obras concesionadas.
Son
estos los ámbitos, mecanismos y dispositivos con los cuales mantienen la orientación
fundamental en el aparato de Estado. Esto significa que la institucionalidad, leyes
y políticas les garanticen niveles de
acumulación de capital sostenidos, a través de instituir bajos salarios, impuestos mínimos, aranceles
favorables; mantenimiento de políticas monetarias, cambiarias y crediticias
convenientes; apertura y facilitación de nuevas fuentes de riqueza, tales como:
concesiones mineras y uso de fuentes de agua sin mayor costo, la concesión de
obras y servicios públicos; solo para citar algunos ejemplos.
Esto
explica el ordenamiento principal de las fuerzas que hacen parte del bloque en
el poder, “fuera” y “dentro” del aparato de Estado. Un bloque en el poder que
también articula otros intereses complementarios. Por ejemplo, los intentos por
legislar a favor de reducir penas o suspender procesos judiciales contra empresarios
y operadores políticos y militares del régimen, a favor del transfuguismo
partidario, etc. Esto y más, supeditando las demandas de justicia, democracia e
inclusión social que beneficien a segmentos mayoritarios como el campesinado,
las comunidades rurales, los trabajadores de la ciudad, la juventud.
De
esta manera la clase dominante ha construido un Estado que privilegia sus
intereses económicos, excluye lo social, captura la política y se opone a todo
cambio que signifique un ápice de democratización. Es decir, un Estado alejado completamente
del bien común, impugnado históricamente y con crisis recurrentes.
No obstante la
incapacidad y la política conservadora de la gestión gubernamental, el carácter
del Estado guatemalteco explica hechos recientes como 1) el asesinato de 41 niñas
del hogar seguro, quienes por su situación de
vulnerabilidad debían ser protegidas, pero, por el contrario, las condiciones
de la institucionalidad estatal fueron la condición para que ocurriera dicho
crimen; 2) la incapacidad institucional, burocrática y presupuestaria para
evacuar a tiempo las comunidades afectadas por la erupción del volcán de Fuego;
3) el asesinato de luchadores sociales y de
defensores de derechos humanos cuyos antecedentes inmediatos son los discursos
de odio de los presidentes de la república y del Congreso, la inacción oficiosa
de los organismos de seguridad e investigación criminal, la política de
criminalización de la protesta social y la permisividad respecto a la
existencia de aparatos de represión desde los ámbitos empresarial y propiamente
estatal, y 4) el mantenimiento de un pacto de corruptos que opera en el
Congreso de la República y que actúa para legislar a favor de la impunidad en
materia de crímenes de lesa humanidad, corrupción y criminalidad política.
Siendo estos los signos de un Estado al
desnudo, un cambio de gobierno no resuelve el problema fundamental. La solución
principal se encuentra en la transformación profunda del Estado guatemalteco.
www.plazapublica.com.gt 16/06/18
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