Después de enormes esfuerzos y luchas
por avanzar hacia la democratización del país,
en particular durante los dos lustros posteriores a la firma de los acuerdos de
paz, en los últimos años y gobiernos se constatan profundos retrocesos.
Varias estructuras del crimen
organizado y de la burguesía emergente lograron apoderarse de algunos espacios
del poder estatal, con lo cual se afianzó una disputa por el control de este
ámbito nodal de poder, que en buena medida había sido detentado —a veces desde
las sombras— por los principales segmentos de la burguesía tradicional. No
obstante, las contradicciones entre unos y otros, con sobresaltos que los
llevaron a confrontaciones relativamente relevantes, prontamente fueron
gestando nodos de alianza como respuesta a objetivos comunes, ciertamente más
tácticos e inmediatos que estratégicos. En ese orden de ideas, los gobiernos
del Partido Patriota y del FCN-Nación constituyeron la expresión del
contubernio en materia de políticas y prácticas que a estas alturas son
catalogables de clasistas, corruptas y, en lo demostrable, delictivas.
Acusados y enjuiciados por casos de
corrupción y de crimen organizado, ambos segmentos de poder económico y
político se articularon para detener las investigaciones y los juicios en su
contra. Así, controlan el Gobierno y el Organismo Judicial y han avanzado en el
aseguramiento de instituciones fundamentales para ese propósito: el Ministerio
de Gobernación, la Corte Suprema de Justicia, el Ministerio Público. Han
infligido un golpe casi mortal a la Cicig, factor externo que apuntaló los
procesos de la investigación criminal que los amenaza. Con ese mismo propósito
han pretendido destituir al procurador de los derechos humanos, así como
controlar el Tribunal Supremo Electoral, y avanzan en su búsqueda de desaforar
a miembros de la Corte de Constitucionalidad (CC) que les resultan adversos en
materia tanto de este tipo de casos como de aquellos relacionados con proyectos
extractivos.
Hasta el momento han logrado una
aplicación de justicia de clase al liberar fácilmente a grandes empresarios, al
tiempo que se endurece la criminalización y la judicialización contra quienes
se oponen a sus intereses. Han reconfigurado los procesos judiciales y es muy
probable que salgan libres, con penas mínimas y conmutables por unos quetzales.
A la vez pretenden la aprobación de leyes que garanticen impunidad para quienes
cometieron crímenes de lesa humanidad y delitos como el financiamiento
electoral ilícito.
En esta disputa, y en función de
garantizar impunidad, el Gobierno ha incurrido en una violación de la norma
constitucional en lo tocante a la relación con otros Estados y organismos
internacionales, lo cual se rige según el derecho internacional. Ha cometido
desacato continuado respecto a las resoluciones de la CC, lo cual constituye un
paso más en lo que varios juristas interpretan como un golpe de Estado técnico
o blando, en torno a lo cual dicho organismo constitucional actúa de manera
ambivalente. El camino por el que transitan el gobierno y su alianza permite
afirmar que podría profundizarse por esa vía anticonstitucional, con lo cual estaría en riesgo
incluso el proceso electoral y podría instalarse un régimen dictatorial como en
Honduras, Paraguay y Brasil, entre otros.
Quienes integran esta alianza pro
impunidad aparecen fragmentados de cara al proceso electoral. Su objetivo es
posicionar lo mejor posible sus vehículos electorales y candidaturas para
agenciarse de mayor poder de negociación y convertirse en la principal fuerza
ungida por quienes tienen el poder real en el país. No obstante, siguen siendo
parte del actual bloque de poder y, frente a las que consideran amenazas
políticas —que incluyen expresiones de izquierda y de derecha moderada—, lo más
probable es su rearticulación antes o después de la primera vuelta electoral,
tal como ocurrió en torno a la figura de Jimmy Morales y al FCN-Nación en las
elecciones de 2015. Teniendo en cuenta su capacidad financiera, su control de
los medios de comunicación masiva, su manejo de fondos y de instituciones
estatales y sus políticas, prácticas y discursos con fuertes signos fascistas,
el riesgo es que esta alianza se consolide, logre mantener el control del
Estado por la vía electoral o de facto y nos
haga retroceder aún más.
Si ello ocurre, las amenazas y riesgos
son varios: mayor retroceso de la enclenque fachada democrática (que podría
convertirse en dictadura), aumento de la conflictividad y confrontación
política (con afianzamiento de métodos y estructuras represivas al estilo de
los de la etapa contrainsurgente), violación de las garantías constitucionales
y de los derechos humanos, consolidación de la impunidad para el saqueo de los
bienes públicos y comunes y, por último, aumento de la explotación, del
despojo, de la desigualdad, de la miseria y de la expulsión de niños y jóvenes,
tal como ha venido ocurriendo durante los últimos dos gobiernos.
www.plazapublica.com.gt 21/01/19
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